Nacimiento del Cifuentes

Cifuentes 4
  • TEXTO: Del Tajuña al Cifuentes, fragmentos del capítulo V (Camilo José Cela: Viaje a La Alcarria).
  • IMÁGENES: Iglesia, plaza, castillo, fuente y balsa de la localidad alcarreña de Cifuentes (foto jjferia).

DEL TAJUÑA AL CIFUENTES (fragmento)

Al mediodía los amigos entran en Cifuentes, un pueblo hermoso, alegre, con mucha agua, con mujeres de ojos negros y profundos, con comercios bien surtidos que venden camas niqueladas, juegos de licorera y seis copas con bandeja de espejo, y cromos saludables, gozosos, de cien colores, que representan La Sagrada Cena o un molino del Tirol rodeado de altas cumbres nevadas.
Atrás se ha quedado el cerro de la Horca, un altozano que termina en una meseta lisa como un plato. Según le explican al viajero, antiguamente; cuando para entretener a las gentes sencillas, que lo que piden es un poco de sangre, aún no se habían inventado las corridas de toros, se usaba la mesetilla del cerro de la Horca para ajusticiar a los condenados a muerte. El viajero piensa que el sitio no está mal elegido; sin duda alguna el cerro de la Horca tiene una hermosa perspectiva. El viajero piensa también que es  lástima que en el cerro de la Horca no se levante la fiera silueta del rollo; hubiera hecho muy hermoso.
Los amigos tiran por la vega, en sentido contrario del pueblo. Van a comer y echarse, después, un ratito de siesta en la fuente del Piojo, que tiene un agua clara, muy fresca, famosa en la comarca. Entre la fuente del Piojo y el río verdean las huertas. Por encima de la carretera de Gárgoles se ven los muros de un castillo en ruinas. El viejo no sabe de quién fue el castillo. Una mujer que pasa, tampoco lo sabe.
—Ahora es de una señora marquesa.
El viajero, a las tres de la tarde, vuelve sobre sus pasos y entra en Cifuentes, donde tiene un amigo al que quiere visitar. El viejo se queda en la fuente del Piojo, haciendo la digestión a la sombra.
El amigo del viajero habla con orgullo de Cifuentes. Mientras pasean por el pueblo, le va explicando su antigüedad. El viajero aprende que el castillo lo hizo don Juan Manuel y la iglesia una querida de Alfonso el Sabio que se llamaba doña Mayor. El viajero recuerda, vagamente, que en un libro que leyó, hace años, llamaban a don Juan Manuel turbulento y pendenciero. De doña Mayor, el viajero no había oído hablar en su vida.
En el pueblo hay muchas puertas con herrajes bonitos, muy artísticos, con aldabones y picaportes de hierro negro, con ojos de cerradura que forman dibujos: un corazón, un trébol, una flor de lis, un arabesco.
El río Cifuentes nace debajo mismo de las casas. Nada más nacer mueve un molino; el pueblo está levantado sobre un manantial. El Cifuentes es un río precoz, de poco tamaño y mucha agua, que va a caer al Tajo en Trillo; no tiene mucho más de dos leguas de curso, pero va lleno de agua; más lleno, sin duda, que muchos ríos más largos. En el corto camino que corre, el Cifuentes va de cascada en cascada: salta lo menos medio centenar de veces por encima de las piedras.
En la balsa del molino, se baña una bandada de patos domésticos, graciosos, que tienen una plumita arqueada y brillante en la cola, una plumita de color gris con reflejos verdes y azules y colorados. Algunos patos duermen en la orilla, unos de pie y otros echados, con la cabeza escondida en el ala. Otros pasean graznando y moviéndose para los lados, como marineros. El viajero se asoma al pretil del puente, a vara y media del agua, y les echa unas migas de pan. Los patos acuden, presurosos, batiendo las alas sobre el agua. Los patos de la orilla, los patos que dormían, se despiertan, se esponjan, miran un instante y se echan también a nadar.

Camilo José Cela (1916-2002): Viaje a La Alcarria

Viaje a La Alcarria
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